martes, 8 de enero de 2013

Perdida.


Y ella sigue perdida, mientras el viento acaricia vertiginosamente sus mejillas, de un lado a otro se pasea por la soledad de su firmamento. El silencio de una cálida mañana se transfigura en insignificantes gotas de sudor, recorriendo el camino excéntrico de su cuello. Una a una, dominan su cuerpo, con ganas de engullirse en todo su ser. En una larga contienda, se debaten las pequeñas secreciones con la imparable brisa que las ataca velozmente y a pesar de la disputa, ella sigue perdida en el banal horizonte de la vereda. Y el combate sigue, las melenas de sus cabellos intentan detener el rumbo de sus luceros, plácidamente se anteponen ante las estrellas de color café con la imbatible ayuda de un ligero soplo, y ella sigue perdida.

Perdida, camina lentamente en una travesía sin fin. Sin rocas que impidan su paso, ella se funde en un llano y solitario viaje. Quizás el camino sea algo misterioso, quizás ella solo quiera extraviarse. Cuando el desconcierto la aflige, a ella solo le queda volar. A veces vagar en las sendas atroces de la indiferencia, resulta ser más fácil que el enfrentamiento engorroso de la venenosa duda. Y ella sigue perdida.

Perdida, al borde de la cornisa; con ganas de fundirse en los chillidos y voces  que atacan el alma, queriendo que su realidad sea como ella anhela, pero sigue caminando aturdida por el resplandor que opaca su andar. ¿Retornar o seguir el rumbo? Era una de las tantas fluctuaciones que la mantenían en un vaivén constante. Y ella sigue perdida.
Su único adversario eran las lágrimas, esas que en algunos siempre resultan ganadoras. Esas que conocen los rincones más recónditos de nuestro yacer. Sollozos que no son de cocodrilos, gotas que a la final están compuestas de castos sentimientos. Y ella sigue perdida.

Pero como el destino nunca falta, ésta y tantas veces sigue haciendo de las suyas. El misterioso recorrido sin fin, resulto tener colofón y ella no tuvo más opción que regresar a su savia habitual. La mirada regreso a su normalidad, y los luceros color café solo les quedó mirar hacia adelante e ignorar la venenosa incertidumbre que intentaba matarlos paulatinamente. 

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