martes, 8 de enero de 2013

Melancolía de septiembre



El sol detonaba centenares de rayos de luz tan fugaces como persistentes. Las pupilas de mis ojos se contraían con la fuerza de la luminiscencia. Era imposible intentar observar las moradas que se postraban a mi derecha tratando de esquivar la candela del alba. Las murallas que recorría impacientemente, eran tan fornidas como mis pequeños luceros al no intentar derramar la más mínima gota de impotencia. Trataba de seguir el rumbo, capturando trozos de realidad, pero era inútil tratar de evadir mi propia verdad. 

El vasto cielo celeste a diferencia de días atrás, estaba más despejado que nunca. A través de un par de anteojos rojos que hacían juego con mi sostén, podía admirar un hermoso amanecer.
Sin saber el porqué, los pasos que recorría se me hacían todos tan semejantes a pesar de los cambios en el espacio. Trataba de poner mi imaginación a flor de piel, pero era inviable.
Me detuve a admirar el extenso mar, estaba tan callado y discreto que no me decía ni la más mínima expresión; al parecer compartía mi desdicha. Solo escuchaba los ecos de mi silencio que por momentos se perturbaban con los vánales chillidos de las máquinas de las metrópolis.  Transportes que no compaginaban con las inmensas palmeras y sus caminos de arenas. Sí, Cartagena se había convertido en toda una urbe con humo hasta las ancas.


Finalmente no pude contener mi melancolía, y las pisadas se me hacían cada vez más eternas. Quería volar como las mariamulatas que sobrevolaban entre las gotas de mi cielo entorpecido por la aflicción.
No me quedó más que invadir las callejuelas de La Heroica por miles de insostenibles sentimientos que me atormentaban. La lluvia que cambió por completo el clima de la mañana me acompañaba en el mar de lágrimas. Quizás, solo quizás, otro día pueda apreciar de mejor manera Mi Corralito de Piedra.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario