Innatos lustradores de
zapatos, que embellecen hasta el calzado más veterano, artistas de Betún y
brillo que esperan incansables un par de botas deslucidas con las que puedan
llevar un bocado de pan a la casa.
Sentados encima de una pequeña caja de madera, que guarda valiosa
información histórica de Cartagena, se agrupan en el trascendental Parque Simón
Bolívar a engalanar los zapatos de los ufanados caminantes de paso hasta del
turista desubicado, llegando al político
electo de la crema y nata de la ciudad. Figuras
ornamentales de la plaza limpian con agilidad el cuero mugriento en menos de
quince minutos, ganándose dos mil pesos para su ancho bolsillo.
Juan Castro, es uno de los emblemáticos ‘emboladores’
de Cartagena, que con tan solo 47 años de experiencia, absorbe el aroma
penetrante del betún fresco desde que ve el primer rayo del sol en la mañana.
Comenzó ésta labor a los quince años de edad, cuando salía de clases a las
nueve de la noche del famoso colegio San Francisco, que quedaba frente al
Camellón de los Mártires, donde constantemente transcurrían los embellecedores
de zapatos de la ciudad. Fue a través de un amigo que le prestaba su caja
mágica para ganarse unos ‘pesos’ en el tiempo libre. Con los días, el pasatiempo
se fue convirtiendo en una ocupación, que gracias a la facilidad de conseguir
dinero de manera sencilla, se terminó ‘amañando’ a la faena. Juan evoca al dicho “en casa de herrero,
cuchillo de palo”, con sus zapatos deportivos gastados y con color opaco, se
acomoda rápidamente y sigue brillando el cuero. Normalmente llega a su hogar
con escasos quince mil pesos, los que son administrados por su ama de casa: su
adorada esposa, que lo acompaña en el paso de los años. Atraído por la
sinceridad y humildad que lo conduce, manifiesta su profundo respeto por los
turistas, considerándolos como el elemento primordial para su trabajo,
cobrándoles el precio correcto; no se deja guiar por las fatídicas ansias de
dinero, simplemente hace un trabajo “bueno” creando en el nuevo cliente la
sensación de dicha, y no con las perversas intenciones que tienen otros
lustradores: “Yo no retiro al cliente, yo hago un buen trabajo para que me
vuelva a buscar, mientras que otros los botan cobrándoles más caro. Ese es el
secreto que no quiero que se enteren.”
El negocio de los
fantásticos embellecedores de zapatos ha bajado, en la plaza, los mayores
clientes eran los políticos poderosos del Consejo, pero su reubicación creo una
depreciación de la cantidad de trabajo. Por otra parte, el consumismo desmesurado
ha cambiado las costumbres de la sociedad, “Antes la buena presencia de una
persona dependía de unos excelentes zapatos de cuero, ahora no: “En otros
tiempos yo me sentaba en la caja a las ocho de la mañana y me paraba sino hasta
las nueve de la noche. ¿Ahora? Ahora me ‘cabeceo’ del sueño de estar sin hacer nada.”
Emprendedor como típico
colombiano, Juan trabaja todos los días de la semana. Los domingos son los
mejores días, trabaja a domicilio para la elite del barrio Bocagrande, y aun
así, sigue cobrando los mismos dos mil pesos. Y al final de jugarreta, se va a
casa con ochenta mil pesos, triplicando lo de un día normal.
Soñador empedernido con
la política, una tarea que está unida al poder corrupto: “La política es pura
apariencia, el que actúe bien en ese gremio, no come”. La política para Juan, es
una labor ligada a los lustrabotas, en una época llegó a hacer parte de ella en algún día de
locura. Anduvo con Javier Cáceres, y vio ante sus sinceros ojos como se
“robaban a Cartagena”, llegando a tomar su ‘tajada’ de la repartición de
bienes, al ser el amigo de confianza. “A los políticos no hay que creerles, son
una mafia; un día me mandaron a botar como cien hojas de vida, increíble como
engañan a la gente.”
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