Mi cabeza, cueva de cucarachas malignas y
perturbadoras de la paciencia.
Cucarachas, esas malditas hijas de los escépticos que me roban hasta el último
trozo de mi tranquilidad y que me hacen parecer un payaso con el rostro pintado
de la complicación. Complicación, mi segundo nombre, el adjetivo que convierte
el día más brillante en la obscuridad de una fría noche. Caminan impacientes,
como hormigas en busca de migajas. Migajas que caen sobre mi mente una sobre
otra, apilándose en enormes dudas impacientes. Dudas que recorren cada parte de
mi ser y me convierten en un monstruo desconfiado y temeroso hasta de sus
propios temores. Temores, los frutos de mis cucarachas; me doblan, me tumban y
luego me incitan a parecer normal. Malditas hipócritas, me provocan un caos y
al final me susurran que todo es mentira.
Es que esta fornida adicción me tiene las aguas del miedo hasta el
cuello. No quiero ahogarme en ellas, quiero flotar zambullir en las profundidades de la
desdicha a esos perversos insectos y que así finalmente mueran. Confianza, la solución a mis dañinos problemas; el
insecticida perfecto para acabarlas. Tan efectivo y tan caro, tan difícil de
adquirir y tan fácil de recibir. Contradicciones que me carcomen el alma. Alma,
tan pura y tan enamorada, apasionada y
obsesionada, sumerge las cucarachas en la calma, disfruta de tu idilio y hazme
sana de esa obstinación.
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